Qué estúpida soy, qué ciega a veces, las veces que no me empañan las lágrimas, qué curioso. Qué sorda y torpe, qué ausente... No es que olvide, es que ignoro.
Y tú, bacante que se aproxima gritando, devorando la carne, no sabe ser indiferente. Ábreme los ojos, desgarra mis párpados, que si me arañan de amor tus palabras, me miro las dulces heridas y sigo sin verlas.
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